El ajedrecista Obama acabó siendo mejor gerente que Bush el pintor

Por: Foad Alejandro Castillo

 

Si hubo persona en la que el progresismo cifró sus esperanzas de paz y amor fue el cuadragésimo cuarto presidente de Los Estados Unidos, Barack Obama. El mundo entero se rindió a los pies de este negro que aunque nacido en Honolulu y criado en la exótica Indonesia forjó su brillante carrera de abogado en las lóbregas calles del Chicago profundo, esa parte de la ciudad aún perdida en las desigualdades que el viejo Al Capone solamente supo enfrentar con la ametralladora Thompson, para posteriormente cumplir los sueños de su padre al incursionar a edad temprana en el senado del estado de Illinois sin que nadie de la casta le abriera las puertas; la única credencial que portaba en el gran escenario político la había recibido en abandonadas canchas de baloncesto de chicos desprovistos de futuro cuyos ancestros fueron arrancados de la ardiente África siglos atrás.

Cuando la ex primera dama Hillary Clinton contendió con él en las primarias del Partido Demócrata celebradas en el año 2008 incurrió en el craso error de desdeñar la capacidad seductora de un declamador de raza, un espécimen hecho a sí mismo en las convenciones del partido, recaudando millones de dólares a base de labia pura y dura. Prometió a los ricos respeto al imperio ya creado en nombre de las corporaciones transnacionales y a los pobres una república inclusiva, en donde cada estadounidense tenía cabida y oportunidad de destacar, siendo esta su primera gran movida, pues como cultor del ajedrez entendió que el triunfo se asentaba en aprovechar las sucesiones de desprecios que doña Hillary le prodigaba, ya que de manera hábil los endosó a las comunidades latinoamericanas y negras de los guetos. Por arte de magia el clan Clinton perdió el toque.

Ni el patriotero John McCain, candidato de los republicanos en las elecciones generales de 2008, pudo contener el efecto Obama. Obama, inteligente como ninguno, contrató a una serie de genios informáticos con los que llegó a los indecisos y al convencerlos los sumó a las filas del cambio. La gente blanca del conservadurismo abandonó los placeres de la paternidad y como consecuencia de ello dejó de reproducirse, y eso lo detectó el hawaiano. Buscó el favor de los venidos del sur del continente, muy dados al catolicismo enemigo de la anticoncepción y triunfó en medio del pánico ocasionado por la quiebra de Lehman Brothers.  Al jurar el cargo de gerente imperial, Obama declaró un renacimiento de la libertad aniquilada por George W. Bush en las celdas de Guantánamo y otras lindezas de ese tipo. Pocos meses transcurrirían para que se quitase el molesto disfraz de progre. En la bananera república original se había derrocado a un presidente, consumando un plan heredado de la anterior administración. No le interesó contribuir al restablecimiento del hilo constitucional debido a que significaba darle la razón al pugnaz Chávez.

Nunca sabremos si Obama bromeaba cuando ofreció retirar a las agencias de intervención del resto del planeta o simplemente fue amenazado por el gobierno en la sombra, “el ubicuo ojo” que todo lo ve, pero de lo que sí existe certeza es que después de los gorilas hondureños el pragmatismo se apoderó de Obama. No sólo destruyó los sueños de su padre nigeriano sino que también los de miles, -quizás millones-, de crédulos votantes. La sangre siguió manando de las venas abiertas. Puertas adentro ha emprendido escaramuzas contra los medios de comunicación locales, porque todavía quedan rastros de aquel joven político que se inspiraba en el ejemplar Martin Luther King al implementar tenues medidas redistributivas que le valieron revitalizar la economía doméstica echada a perder en el cuatrienio de Bush; sin embargo, el lado oscuro de la fuerza le obliga a arrojar el complejo militar, industrial y financiero a los adversarios del imperio, llámense como se llamen. Rusia y China son los objetivos principales, empero un jugador de la talla del inmoral Barack ataca primero a los peones, porque la mejor batalla es la que se gana sin disparar.

A plena luz el gerente del imperio norteamericano maniobró para derrumbar los precios de las materias primas, esencialmente el petróleo, que nutren las arcas de los países emergentes. Brasil, Venezuela, Ecuador, Argentina y la misma Rusia cayeron en crisis, no importando llevarse entre las orugas del tanque a aliados como México y Colombia. George W. Bush en su afán belicista desangró el presupuesto de Estados Unidos en Afganistán e Iraq, perdió el control de Sudamérica en la cumbre de Mar del Plata, la de aquel mítico Chávez gritando a voz en cuello ¡ALCA AL CARAJO! y el Oriente próximo continuó regulado gracias a Netanyahu. Barack Obama con paciencia ha recuperado territorios en el gran tablero geoestratégico.

Complota junto con los sauditas, pues estos últimos pese a darse un balazo en el pie mantienen alta la producción de crudo, impidiendo así el aumento de precios, lo cual produce una sobreoferta en la OPEP, que aunada al esquisto de Estados Unidos ha llevado el mercado energético a la baja. Cualquiera podría decir que la disminución de costes es positiva, no obstante, en un ambiente recesivo, favorece a la caída de la demanda. Las naciones emergentes evitan consumir, reina la pobreza producto de la distorsión en el mercado. Obama para rematar ordena la subida de los tipos de interés, apreciando el dólar, su mejor arma. El resto de monedas sufren depreciación. La estrategia recuerda a los programas de hienas que a ritmo acompasado hieren a sus presas a efecto de que estas se debiliten al máximo para la embestida final.

Mientras Bush Junior vive el retiro pintando retratos de amiguetes, Obama, mostrando la cabeza de Bin Laden, consolida posiciones desde la diplomacia de la confusión. Asumió la presidencia prometiendo acabar con las guerras del imperio, mas ahora el país está participando directamente en al menos cinco conflictos. Quizás el mayor logro de Obama sea el de haber engañado al comité de Oslo que le otorgó el premio nobel de la paz.